miércoles, 23 de julio de 2014

Paciencia...

...dicen que es la madre de la ciencia. Creo que es la madre de mucho.

A menudo las personas nos definimos como pacientes o impacientes. Ser paciente para esperar un resultado, impaciente por una fecha concreta, paciente para llevar la vida, impaciente con el propio crecimiento.

He descubierto que, de nuevo, no somos términos absolutos. Yo tengo un alto grado de impaciencia para las cosas que están por venir, que sé que van a venir. Una maestra maravillosa que esta vida me ha dado me ha dicho en múltiples ocasiones: La paciencia es el arte de esperar con paz. Y es simplemente eso. Si sabes que algo va a ocurrir, simplemente tienes que estar en paz con el tiempo necesario para que esto ocurra. Esa prisa ahoga, estresa, confunde y, a menudo, dificulta el proceso.

Mi paciencia en algunas ocasiones la he logrado con otras personas. Aún me cuesta, aún lo trabajo. Pero de alguna forma la vida me ha presentado un conjunto de personas tranquilas, coherentes con el paso de las cosas, que me muestran que no hay prisa, pues, al final, es tan solo el ahora.

Ahora....

Ahora el cielo es azul blanquecino. El mar está en calma. La luz de este día empieza a extinguirse. Y los hechos acontecidos des de que abrí los ojos hace ya más de 18 horas forman parte de mi historia. Forman parte del pasado. Ahora os escribo con gratitud, con calma, con paciencia.

En este ahora solamente siento agradecimiento, por ese paso adelante que he realizado en mi comprensión de la paciencia, en mi aceptación de lo que es. Pues en este momento, todo lo que es, esté o no en consonancia con mis ideas, sueños, ilusiones o expectativas, es, simplemente, perfecto.

Pax, pacis.... paz.... patience...

Gracias.

Iman

PD: A N y Sh

viernes, 27 de junio de 2014

¿Quejas?

Durante este tiempo vacío de palabras he sentido a menudo la necesidad de escribir. Como siempre, primero venía el discurso a mi mente, cargado de significado, de mensaje, de ganas de comunicar. Finalmente, el día 21 de este mes me atreví a transcribir uno de esos activos de mi mente, preparada para compartir mis últimos sentimientos.

Ni que decir que no leeréis ese escrito. La base de todos esos textos, transcritos y mentales, ha sido el malestar. Me he sentido agotada, cansada, timada en algunos aspectos de mi vida. La negatividad se ha hecho eco en mí. Cosas que no se hacen adecuadamente, decisiones que me repercuten negativamente. Mis argumentos aumentaban de peso al describir como estos hechos me afectaban a mí y a un conjunto de personas bastante grande. Lo suficiente grande como para hacerle eco y decir ¡basta!

Si bien es cierto que dicha negatividad está presente en todos los sistemas que forman parte de mi realidad (mi trabajo, mis estudios, mis grupos de compañeros e incluso mi familia), la razón que me impedía publicar, comunicar estos escritos era que, al final, yo misma entendía que no quería colaborar con esa energía. Mi queja de las quejas no tenía más fruto que el aumento de la negatividad. Y, de alguna manera, buscaba en mí esa capacidad para aprender, para sacar la enseñanza, para ser humilde y amable, conmigo y con los demás.

Debo reconocer que ese sentimiento aún reside en mí. Pero también reconozco mi capacidad de auto-observación y de sanación. Muchos años le he dedicado ya a conocerme a mí misma, y aún hoy siento a momentos que en algunos aspectos, tan solo rozo fronteras del mundo interior tan inmenso que albergo. El mundo que todos albergamos.

Los espejos que son las otras personas que conforman mi realidad me han estado mostrando continuamente una incipiente “necesidad de justicia”. Recuerdo leer, muchos años atrás, aquel capítulo del libro del Dr. Wayne Dyer (Tus zonas erróneas) llamado: “¿Te has librado ya de tu necesidad de justicia y equidad?”. Creo que tenía unos dieciséis años y solía leer rápidamente ese capítulo pues no entendía bien esos conceptos. ¿Por qué, pensaba yo, debería evitar la justicia y la equidad? Hoy, dieciséis años después, ya no entiendo la vida en cuestiones de justo o injusto (aunque admito que quedan trocitos de aquella creencia por alguna parte de mi mente). Hoy entiendo la vida como un camino de experiencias, no siempre de nuestro agrado pero, hasta lo que yo he experimentado, siempre muy necesarias. Creo que fue el gran Emili Duró quien pronunció esta frase que decía: “Cuando miras hacia adelante no ves nada claro. Pero cuando echas la vista atrás todo encaja”.

Pidiendo disculpas, primero a mí misma, y también a todas esas personas que indirecta o directamente se han visto afectadas por mi energía negativa, comparto hoy esta reflexión con el ánimo de aprender, de expresar mi gratitud y de reflexionar sobre cuán diferentes se ven las cosas cuando cambias el prisma des del cual las ves.


Iman - 27-6-2014

sábado, 26 de abril de 2014

Viajes

Los viajes que emprendemos abren compuertas escondidas en nuestro interior. Salimos de lo común, conocido, usual, para aventurarnos en un mundo diferente. Nuevos cielos, nuevas tierras, nuevos idiomas. 
                                                                          Vista des de Carcassone - Marzo/2014

En algún momento en ese caminar ciertos aspectos comienzan a tambalearse. La emoción por lo que ves, distinto a tu hogar, se une al miedo y la precaución.

Muchas veces me he encontrado a mí misma buscando retazos de mi hogar. Un café conocido, una persona que hable mi idioma, una foto en el bolsillo, que me conecten con la seguridad. 

                                                               Árbol del conservatorio de música de Orange (France) -Abril/2014


                                                Playa de Segur de Calafell - Marzo/2014



Otras veces me veo caminando sin rumbo, dejando que aquellos nuevos lugares me abran sus puertas, sus historias. Descubro así nuevos puntos de vista, nuevas formas de expresarse, y en mí, aptitudes que pensaba no poseer. Fascinación, fuerza, apertura, confianza, amor.

Los viajes a lugares desconocidos son un buen espejo del viaje interior que millones de personas emprenden. Nos asusta y nos emociona al mismo tiempo. Buscas un ancla para no perderte y, aún así, buceas en tu interior sin saber si lo que encontrarás te va a fascinar, asustar, o ambas a la vez. Y es en ese camino dónde empiezas a descubrir lo infinito. Creencias, habilidades, razonamientos, lealtades, miedos, fe.

Dicen por ahí que en el equilibrio se encuentra la paz. Cada parte de nosotros está destinada a cuidarnos, protegernos. Aceptar las más duras, las que no concuerdan con lo que creemos que es correcto, es un trabajo constante de amor propio. Un trabajo que, cuando comienza a practicarse, se va extendiendo a los demás. Aceptación de reacciones, de miedos, debilidades, carencias y habilidades, dolor y amor. 

Viajar es uno de los regalos más extraordinarios que me ha dado la vida. Ya sea a la otra punta del mundo perdida en una isla, a la ciudad que está a cien kilómetros de mi casa, a los mundos que conforman cada persona que me encuentro, o a mi propio interior tan lleno de todo. El viaje es fascinante, una gran aventura, y una enorme oportunidad... para lo inimaginable.